52 Por su parte, los sitiados construyeron ingenios contra los ingenios
de los otros y combatieron durante muchos días.
53 Pero no había víveres en los almacenes, porque aquel era año
séptimo, y además los israelitas liberados de los gentiles y traídos a Judea
habían consumido las últimas reservas.
54 Víctimas, pues, del hambre, dejaron unos pocos hombres en el
Lugar Santo y los demás se dispersaron cada uno a su casa.
55 Se enteró Lisias de que Filipo, aquel a quien el rey Antíoco había
confiado antes de morir la educación de su hijo Antíoco para el trono,
56 había vuelto de Persia y Media y con él las tropas
que
acompañaron al rey, y que trataba de hacerse con la dirección del gobierno.
57 Entonces se apresuró a señalar la conveniencia de volverse,
diciendo al rey, a los capitanes del ejército y a la tropa: «De
día en día
venimos a menos; las provisiones faltan; la plaza que asediamos está bien
fortificada y los negocios del reino nos urgen.
58 Demos, pues, la mano a estos hombres, hagamos la paz con ellos y
con toda su nación
59 y permitámosles vivir según sus costumbres tradicionales, pues
irritados por habérselas abolido nosotros, se han portado de esta manera.»
60 El rey y los capitanes aprobaron la idea y el rey envió a proponer
la paz a los sitiados. Estos la aceptaron
61 y el rey y los capitanes se la juraron. Con esta garantía salieron de
la fortaleza
62 y el rey entró en el monte Sión. Pero al ver la fortaleza de aquel
lugar, violó el juramento que había hecho y ordenó destruir la muralla que
lo rodeaba.
63 Luego, a toda prisa, partió y volvió a Antioquía, donde encontró a
Filipo dueño de la ciudad. Le atacó y se apoderó de la ciudad por la fuerza.